Entraste como el aire de la noche, despacio,
llenabas mi habitación cubriendo mi cama y mientras el frío helaba mi
piel y hacía que se levantara todos y cada uno de los poros de mi
cuerpo, tu, te posabas sobre mi.
Tenía los ojos cerrados y descansaba de lado, siempre del costado izquierdo para poder dormir bien. Tú, susurraste algo a mi oído, pero no, no lo entendí, el murmullo era algo tan imperceptible que me dio miedo voltear. Apreté los ojos para no caer en la tentación y sentí la calidez de tu aliento sobre mi cuello, sobre mi hombro semidesnudo, tus manos mas calientes que las mías se hicieron mi almohada y así descanse junto a ti.
Paso algún momento, talvez algunas horas, en realidad no lo se, pero despacio, de la forma más cuidadosa que pude giré a la derecha y te encontré. Descansabas a mi lado, te mire, te observe y pensé que ahí mismo podría morir. Tus pestañas cubrían tus ojos, descansabas con esa tranquilidad que solo se ve en un recién nacido sin miedos ni preocupaciones; te veía respirar y sabía que no había mayor dicha que tenerte a mi lado…
No se por que me enamoré de ti, aun no lo podía decir, pero eras sueño, alegría y dicha en el corazón.
Levanté mi cabeza para liberar tu brazo, me levanté solo un poco para tener una mejor vista de ti. Me posé sobre ti, pero sin tocarte, pues no quería despertarte, solo observarte y siendo lo más sutil que pude besé tu frente, me acerqué para percibir el aroma de tu cabello y me perdí en él. Mis instintos me dominaron y continué besándote, la nariz, los ojos, los labios… Fue un beso tierno, uno pequeño para no perturbarte, pero mis labios sobre los tuyos siempre desataban esa pasión que nos envolvía y nos llevaba a ser uno.
Despertaste y sonreíste, continuaste el beso y tomándome de la cadera me acercaste a ti. Tus manos como peces nadaban por mi espalda, me recorrían hasta los hombros y me acercaban a ti.
Algo mas se despertó, el deseo de pertenecía y de unión; y así, con besos y caricias nos hicimos uno solo, nos sentamos de frente y nos mirábamos tan fijamente como en la primera vez, pero con la pasión como si fuese la última vez. Era todo mágico y perfecto, quitabas el cabello de mi cara para verte en mis ojos y yo besaba tu cara mientras nos hacíamos cada vez más y más rítmicos.
Ahora eras tú quien tomaba la iniciativa y me posabas sobre la cama, las sábanas de seda ayudaban a que tus movimientos fueran suaves pero decididos. Tapaste mis ojos con tu mano y en un gesto me pediste no hablar. El tener los ojos cerrados incrementaba exponencialmente mis otros sentidos. Con el dedo índice recorriste mi pecho dibujando palabras que al leerlas me hicieron sentir mas. Un beso en la frente, uno en el cuello y uno mas en el abdomen, tu boca en mi ombligo me hacía retorcerme de placer. Dejaste un poco de bao para calentarme y mi reacción no se hizo esperar, mi cuerpo clamaba por el tuyo y el tuyo ansiaba tanto estar en el mío, que así sin mas palabras destapaste mis ojos y callaste mis labios con un beso, tan paradójicamente tierno y salvaje que no había mas que decir.
Estar juntos, de madrugada era el mejor momento del día pues me hacía recordar que ser tu esposa, ser tu mujer, era el mas grande de los regalos que la vida me había dado, y sabía que aunque habían pasado muchas situaciones difíciles para que ambos pudiéramos disfrutarnos en este momento, todas esas vicisitudes habían tenido un propósito real.
Al terminar como cada noche, nos prometí cuidarte y respetarte por encima de todo y todos por siempre y para toda la eternidad.
Tenía los ojos cerrados y descansaba de lado, siempre del costado izquierdo para poder dormir bien. Tú, susurraste algo a mi oído, pero no, no lo entendí, el murmullo era algo tan imperceptible que me dio miedo voltear. Apreté los ojos para no caer en la tentación y sentí la calidez de tu aliento sobre mi cuello, sobre mi hombro semidesnudo, tus manos mas calientes que las mías se hicieron mi almohada y así descanse junto a ti.
Paso algún momento, talvez algunas horas, en realidad no lo se, pero despacio, de la forma más cuidadosa que pude giré a la derecha y te encontré. Descansabas a mi lado, te mire, te observe y pensé que ahí mismo podría morir. Tus pestañas cubrían tus ojos, descansabas con esa tranquilidad que solo se ve en un recién nacido sin miedos ni preocupaciones; te veía respirar y sabía que no había mayor dicha que tenerte a mi lado…
No se por que me enamoré de ti, aun no lo podía decir, pero eras sueño, alegría y dicha en el corazón.
Levanté mi cabeza para liberar tu brazo, me levanté solo un poco para tener una mejor vista de ti. Me posé sobre ti, pero sin tocarte, pues no quería despertarte, solo observarte y siendo lo más sutil que pude besé tu frente, me acerqué para percibir el aroma de tu cabello y me perdí en él. Mis instintos me dominaron y continué besándote, la nariz, los ojos, los labios… Fue un beso tierno, uno pequeño para no perturbarte, pero mis labios sobre los tuyos siempre desataban esa pasión que nos envolvía y nos llevaba a ser uno.
Despertaste y sonreíste, continuaste el beso y tomándome de la cadera me acercaste a ti. Tus manos como peces nadaban por mi espalda, me recorrían hasta los hombros y me acercaban a ti.
Algo mas se despertó, el deseo de pertenecía y de unión; y así, con besos y caricias nos hicimos uno solo, nos sentamos de frente y nos mirábamos tan fijamente como en la primera vez, pero con la pasión como si fuese la última vez. Era todo mágico y perfecto, quitabas el cabello de mi cara para verte en mis ojos y yo besaba tu cara mientras nos hacíamos cada vez más y más rítmicos.
Ahora eras tú quien tomaba la iniciativa y me posabas sobre la cama, las sábanas de seda ayudaban a que tus movimientos fueran suaves pero decididos. Tapaste mis ojos con tu mano y en un gesto me pediste no hablar. El tener los ojos cerrados incrementaba exponencialmente mis otros sentidos. Con el dedo índice recorriste mi pecho dibujando palabras que al leerlas me hicieron sentir mas. Un beso en la frente, uno en el cuello y uno mas en el abdomen, tu boca en mi ombligo me hacía retorcerme de placer. Dejaste un poco de bao para calentarme y mi reacción no se hizo esperar, mi cuerpo clamaba por el tuyo y el tuyo ansiaba tanto estar en el mío, que así sin mas palabras destapaste mis ojos y callaste mis labios con un beso, tan paradójicamente tierno y salvaje que no había mas que decir.
Estar juntos, de madrugada era el mejor momento del día pues me hacía recordar que ser tu esposa, ser tu mujer, era el mas grande de los regalos que la vida me había dado, y sabía que aunque habían pasado muchas situaciones difíciles para que ambos pudiéramos disfrutarnos en este momento, todas esas vicisitudes habían tenido un propósito real.
Al terminar como cada noche, nos prometí cuidarte y respetarte por encima de todo y todos por siempre y para toda la eternidad.