6 de septiembre de 2012

En la oficina


La mandé llamar porque aún faltaban sus firmas en algunos documentos. Y a penas atravesó el umbral de Dirección, cerré la puerta tras ella.

Sonreímos ante la ironía.
Llevábamos algunos días buscando un momento para despedirnos antes de que acabara el curso pero no habíamos encontrado el momento. La oportunidad...

Tenía poco que el Director había tenido que salir a una de sus juntas de emergencia, la conserje no había asistido ese día (así que no había nadie que entrara y saliera de la oficina) y cómo los maestros estaban ensayando con sus grupos en el patio, con las bocinas a TODO volumen, a nadie extrañaba que la Dirección estuviese cerrada.

¿Con qué quieres empezar?
Me prometiste un abrazo pero...
¡Será el abrazo entonces!
Y sonreí satisfecho con su elección.

Pasé mis brazos por su espalda y cintura, mientras ella rodeaba mi cuello y nuestros cuerpos se encontraron cada vez más cercanos y conocidos. Entonces, en un acto más instintivo que razonado, decidí traspasar el límite implícito. Deslicé mis manos hasta alcanzar sus nalgas y por un segundo sentí su cuerpo respingar.

Ni siquiera me miró.
Se quedó tan quieta que temí su posible reacción pero ninguno de los dos soltó al otro, entonces acercó aún más su cuerpo al mío e inició un vaivén muy sensual, rozando su cadera con la mía. Mi erección no tardó en estorbarle.

Se tomó su tiempo para acomodarse y yo me dejé hacer, cuando  nuestras intimidades se encontraron levantó por fin su rostro, buscó mi mirada y suspiró:

...Rico.

Y en ese momento, todo lo demás me importó un pepino.