Apuró el último trago de su cerveza al ver a mi acompañante dirigirse con su amiga al baño; acercó su banco al mío y, apuntando con el vaso vacío, murmuró algo inentendible.
¿Perdón? ¿Qué?
Aclaró su garganta con la intención de hacerse entender por sobre las charlas y la música del bar, y sonriendo repitió Qué yo me la cogí y señaló el asiento a mi lado.
Lo miré incrédulo, sin saber cómo reaccionar a esa perversa declaración; mi frágil ego masculino se sintió herido y me invadió la ira ¿Cierto? ¿Falso? Y, aunque no tenía ningún derecho para reclamar me sentí traicionado. Pero, a decir verdad... ¿quién era yo para juzgar? Después de todo, ahora ella estaba conmigo y, aunque esa no era la primera vez que mis celos eran puestos a prueba, era la primera vez que la intención era tan directa.
Sonrió satisfecho ante mi azoro y pidió otra cerveza.
Consideré mis opciones pero, sin importar que tan "mareado" estuviera él o que tan convencido estuviera -por el alcohol- de mis habilidades, mi respuesta estaba lejos de ser física.
Me acerqué.
Desde que está conmigo, nos escapamos de dos a tres veces al mes para estar juntos y, te la pongo fácil: Dos veces (mínimo) por mes, por doce meses, durante tres años... Eso, sin contar nuestros encuentros fuera de un hotel.
Me miró confundido.
¿Te la cogiste una, dos veces? ¡Bien por ti! Pero, ella me eligió a mi; me ha elegido una y otra vez, cada vez. Y, seguramente ha tenido la oportunidad de poder cambiar pero, si eso ocurriera... muy seguramente, no regresaría a ti.
Quiso responder pero, en lugar de eso, dio un largo sorbo a su bebida; vi en su mirada algo del mismo odio que me había amargado la boca hacía poco y, mientras él regresaba a su lugar, esta vez fui yo quien pidió una cerveza.