Mientras me perdía ansiosamente dentro de ella, la sentí abrazada a mi pecho, prendida de mi; su cadera se movía frenéticamente frotándose contra mi pelvis; mis sentidos se centraban en la urgencia del incipiente orgasmo.
Caímos rendidos, satisfechos. Y, al verla ahí: su piel oscura sobre las sábanas blancas, su cabello negro enredado, su rostro aún ruborizado y su piel perlada de sudor... Supe lo que era la belleza. Esa de la que hablan los poetas.
Ella también me recorría, mordiéndose los labios, traviesa; y fue entonces que, siguiendo su mirada, descubrí las marcas en mi pecho.
Caímos rendidos, satisfechos. Y, al verla ahí: su piel oscura sobre las sábanas blancas, su cabello negro enredado, su rostro aún ruborizado y su piel perlada de sudor... Supe lo que era la belleza. Esa de la que hablan los poetas.
Ella también me recorría, mordiéndose los labios, traviesa; y fue entonces que, siguiendo su mirada, descubrí las marcas en mi pecho.
¡Mordidas!
Besos Corrigió ella Eres mío
La miré y sonreí.
Si, TUYO reafirmé haciendo énfasis en la última palabra al besarla.
Después de todo, pensé... el hombre es de quien se lo coge.