Mis ojos buscaron los suyos en la semioscuridad del taxi.
Llevábamos varias copas encima; ella un poco más que yo y, podría decir que se me pasó cuidar su consumo pero, lo cierto es que yo la quería así: Un poco perdida. Se recostó sobre mis piernas y tomó mis manos entre las suyas. Sonrió.
Todos nos vieron.
Era inevitable, estabas muy juguetona.
No me detuviste.
¡Ni ganas que tenía!
Mientras las luces de las farolas iluminaban su rostro de forma intermitente, la levanté apenas lo suficiente para poder besar sus labios que aún conservaban el gusto a alcohol.
¿Sabes que debo volver pronto, verdad?
No puedes. Quiero amanecer contigo.
Esta vez me tocó a mi sonreír.
La vi atravesar la puerta de la habitación.
Desplomarse sobre la cama y abrirse para mí.
La vi estremecerse y gemir en su estupor y más tarde en su conciencia.
La vi recibirme, agitarse, disfrutar. Resistirse y abandonarse.
Entregarse repetidamente.
Hasta caer rendidos.
La madrugada nos sorprendió a uno en brazos del otro.
A ella, arriba de mí. A mí, dentro de ella.
Cansados, satisfechos.
Una mirada cómplice.
Un beso tierno.
Y, empezamos a movernos nuevamente.