Decepción.
Eso fue lo que vi reflejado en el escaparate, pero habría sido raro que el vestido siguiera ahí. Habían pasado casi dos meses desde mi promesa y aunque no había día en el que no pensara en su color azul turquesa delineando tus formas...
¿Entramos? sugerí con la esperanza de hallar la prenda en cuestión o algo similar; y conociendo tu gusto por la ropa oriental, tu respuesta fue lo que esperaba.
Caminamos entre la música y las películas, entre souvenirs y accesorios, por las faldas, vestidos y mascadas... te detuviste ante un exhibidor, descolgaste una falda larga de entre varias prendas, y colocándotela por encima, me preguntaste ¿Qué te parece?
Estoy seguro de que mi sonrisa y mirada contestaron lo que yo no pude porque abrazaste la falda y dirigiéndote a la vendedora dijiste ¡ESTA! Buscaste una blusa que combinara y mostrándome el conjunto, entraste al probador con una sonrisa. Yo seguí curioseando entre los mostradores y, mientras examinaba un adorno, noté que la cortina del probador no estaba del todo cerrada ¿Era mi imaginación o querías mostrarme algo?
Fragmentos de tu piel desnuda se asomaban por la abertura, y mientras tu ropa y mi mirada se deslizaban por tu cuerpo, ibas despertando una urgencia en mí.
La cortina se abrió.
Lo primero que vi fue tu cuello, tus hombros descubiertos, la voluptuosidad de tus pechos asomando por el escote de la blusa; tu figura favorecida por el largo de la falda, ceñida a tus caderas, deslizándose por tus nalgas... Pero mi lascivia fue súbitamente reprimida cuando entraste nuevamente al vestidor, dejándome ansioso de más.
Cuando salimos de la tienda rodeaste mi cuello con tus brazos y con una enorme sonrisa dijiste ¡Gracias por mi regalo! Rodeé tu cadera, atrayéndote hacía mi, corregí ...NUESTRO regalo. Dejamos de sentir el gélido clima, sólo existía la calidez y agitación de nuestros cuerpos envueltos por tu abrigo. Tu mirada se encontró con la mía y te escuché decir ¿Puedo hacerte una pregunta? Asentí, y sentí tu respiración, tan agitada como la mía, recorrer el camino hacía mi oído.
Cuando salimos de la tienda rodeaste mi cuello con tus brazos y con una enorme sonrisa dijiste ¡Gracias por mi regalo! Rodeé tu cadera, atrayéndote hacía mi, corregí ...NUESTRO regalo. Dejamos de sentir el gélido clima, sólo existía la calidez y agitación de nuestros cuerpos envueltos por tu abrigo. Tu mirada se encontró con la mía y te escuché decir ¿Puedo hacerte una pregunta? Asentí, y sentí tu respiración, tan agitada como la mía, recorrer el camino hacía mi oído.
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