Paso el jabón por tu cuerpo mientras el agua cae, llevándose la espuma.
Tienes los ojos cerrados, concentrándote en percibir cada gota de agua, cada caricia del jabón en mis manos. Te rodeo por la espalda y deslizo mis dedos por tu pecho, por tu vientre. Hasta que tus manos topan con las mías y las tomas, las conduces a tu entrepierna, al contacto con tu pene. Lo recorro con mis dedos, lo froto con la palma de mi mano y, ya sin pudor, lo sostengo. Sintiendo su firmeza, su calor... una calidez diferente al del agua que cae de la regadera.
Y, con tu mano aún encima de la mía, comienzo a masturbarte ¿Ves que no tienes que llevarme a donde deseo ir? ¿A hacer lo que te quiero hacer? Besas mi cuello y, conforme bajas te ofrezco mis pechos, que sostienes con tus manos mientras pasas tu lengua al rededor de mis pezones ¡chúpalos! ¡muérdelos! ¡Se siente tan bien!
Lo siguiente que se es que estoy de rodillas frente a ti, bajo el agua de la regadera; siento tus dedos enredados en mi cabello, tus manos sosteniendo mi cabeza y tu verga entrando y saliendo de mi boca.
Te escucho gemir.
Aprieto con mis labios y acelero el ritmo de mis movimientos mientras siento tus manos ir y venir por mi espalda y mis hombros, por mi cabello.
Te convulsionas.
Estás a punto de venirte.
Y, en un movimiento brusco... lo sacas de mi boca y dejas que se vierta entre la comisura de mis labios y mi cuello, escurriendo hasta mi pecho. Paso mi lengua al rededor, lo saboreo antes de que el agua se lo lleve; y quedamos estáticos bajo el chorro de la regadera, reconociendo el brillo de satisfacción en los ojos del otro.
Cierras la llave, me ayudas a incorporarme y te beso, con el sabor de tu esencia aún en mi boca ¡A esto sabes, amante!
...A agridulce y ardiente deseo.