Siendo uno de los últimos equipos en la competencia de la escuela, sólo quedaba una prueba... hacer la hilera de ropa más larga. Suéteres y chamarras, zapatos y tenis, calcetines, gorras, playeras y... ¿blusas? Si, mucha ropa propia y prestada se colocó en la plataforma del patio, atravesó el estacionamiento pero pocos se desprendieron de su ropa como Ella. ¡Y por su puesto que no me quise quedar atrás! Poco a poco me fui despojando de cuanto llevaba puesto hasta que sólo una sábana prestada fue lo único que me cubrió.
Entonces, Ella colocó el clavo del ataúd de nuestros contrincantes; se sacó, como haciendo un truco de magia, el brassiere por debajo de un jumper que también le habían prestado... Y eso fue lo último que pudo soportar mi cordura. Como si mi piel fuera la raposa tela de mezclilla, podía imaginar la calidez y suavidad de su piel rozándose contra la mía, envolviéndola; imaginar la dura unión de las costuras calentándose en la entrada de su intimidad como si fuera la punta de mi pene. La fría tela acariciando su espalda y marcando sus suaves nalgas.
Sus pechos firmes apretados en el peto del jumper y en contacto directo ahora que ya no llevaba puesto el sujetador. Sus pezones, endureciéndose cada vez más por la extraña sensación que le producía el roce de las fibras...
¡Qué suerte que llevaba una túnica amplia! Porque la erección para ese momento ya era evidente. Fuimos anunciados como el equipo ganador y cada quien fue tomando lo suyo. Yo recolecté mis prendas de dónde las había y con la ropa bajo el brazo busqué un lugar donde vestirme. Pero, al entrar al hall del edificio más alejado, me quedé de una pieza. Ella también se detuvo, sin saber exactamente que hacer; si terminar de quitarse el overol o ponerse la prenda que tenía más cerca. Nos quedamos así por un rato que pareció eterno y entonces me acerqué a Ella, la tomé de la mano y me sonrió...
¿Hay lugar en esa sábana? Y yo abrí mis brazos para recibirla.