Ella fue la primera
en entrar a la habitación, en ir a las grandes ventanas de vidrio granulado,
correr las cortinas haciendo luz y oscuridad en el cuarto. En revisar la mesa
del tocador con sus vasos, el menú, el cenicero... Pero se detuvo al tomar la envoltura
plástica. Creo que fue en ese momento cuando la realidad le llegó de golpe. El
cómo habíamos llegado hasta ahí, el porque...
Me acerqué a Ella y mirando su reflejo le dije El que estés aquí... Pero deslizó su mano por mi rostro y calló mis labios con sus dedos en un gesto tan dulce que me sorprendió. Negó con la cabeza No digas nada y
tenía razón, si ambos estábamos
ahí, era porque así lo deseábamos.
Me apartó con su
mano y con una seña de su dedo me indicó quedarme ahí, recargado en el mueble. Ella
se sentó en la orilla de la cama y
puso su mochila a su lado, metió la mano. Lo primero que me mostró fue el
antifaz de plumas moradas y negras, sonreí al verlo. Una máscara, después de todo,
te permitía hacer o decir cosas
que de otra manera no podrías.
Se
volvió y me miró. Intentó decir algo que se quedó en sus labios y su rostro enrojeció. Respiró
profundo y volvió a intentarlo, tomó un paquete y me lo
extendió ¡Quiero que me cuides! Me sonrojé aún más que ella al recibir la caja pero sonreí al pensar que esa era la intención, por lo
que durara... Cuidar uno
del otro.
Se colocó el
antifaz y su
mirada cambió, sobra decir que también mi forma de verla. Ya no era esa
chiquilla conocida, ni la amiga de años...
Era una promesa.